Eran cerca de las dos y media de la tarde del sábado 6 de mayo y la tribuna Olímpica del Centenario era el anuncio de algo importante.
Las personas llegaban de a varias, buscaban los lugares vacíos, colgaban sus banderas con nombres de iglesias, de congregaciones, de departamentos y ciudades.
Desde un escenario alguien cantaba “tan cierto como el aire que respiro, tan cierto como la mañana se levanta”, acompañado por una banda. De fondo, un crucifijo sobre una tela beige, dos telas rojas a los costados, un par de plantas, una pantalla que decía Jacinto Vera.
El cielo estaba gris, indescifrable. Cada tanto caía una lluvia fina que no parecía molestar a nadie. Los paraguas se abrían amontonados y cubrían toda la tribuna.
A la ceremonia asistieron autoridades de todos los partidos. Luis Lacalle Pou, Álvaro Delgado, Rodrigo Ferrés, Rodrigo Goñi, Javier Garcia, Beatriz Argimón, Luis Alberto Lacalle Herrera, Pedro Bordaberry, José Mujica y Lucía Topolansky, Guido Manini Ríos, entre otros.
Mujica dijo: “Vine porque tuve una madre muy católica, porque soy latinoamericano. Todas las religiones de este país merecen respeto”.
Por su parte, el senador Manini Ríos, que no se acercó a dialogar con el presidente Lacalle, dijo, consultado destacó la figura del primer obispo del Uruguay.
Había gente de los 19 departamentos del país. Entre la lluvia y las nubes, las personas hicieron una ola, volvieron a repetirla, festejaron.
En la platea, a la derecha del escenario, estaba sentado un grupo de más de 50 sacerdotes de todo el país. Todos vestían de blanco y llevaban una estola con la imagen de Jacinto Vera. Al escenario, que para la misa se transformó en un presbiterio, subieron más de 20 celebrantes, entre ellos, el cardenal Paulo Cezar Costa, arzobispo de Brasilia y legado pontificio del Papa Francisco para la celebración de la eucaristía y el rito de la beatificación, el cardenal Daniel Sturla, arzobispo de Montevideo, el cardenal Mario Aurelio Poli, arzobispo de Buenos Aires, entre otros.
En medio de la celebración, desde el fondo del escenario, se descubrió una imagen gigante de Jacinto Vera. Alguien leyó una breve biografía del beato. “Hay un antes y un después en la historia de la iglesia en Uruguay con la figura de Jacinto Vera”, dijo Daniel Sturla.
El término beato, del latín beautes, quiere decir feliz o bienaventurado. Para que alguien sea nombrado como beato el Papa tiene que reconocerle un milagro.
El de Jacinto Vera consistió en la sanación completa de una niña que estaba al borde de la muerte por una infección; sucedió en 1936 y ni médicos de la época ni las investigaciones posteriores encontraron una respuesta científica a lo que había sucedido.
En medio de la celebración, dos familiares de la niña, que murió finalmente a los 89 años, subieron al altar un relicario que contenía un hueso de Jacinto Vera. Fue puesto junto a la imagen de una virgen dolorosa que había pertenecido a él.


